La aridez combinada con una alta variabilidad de precipitación de un año a otro y de una estación a otra es la madre de la desertificación. Sin embargo, podríamos decir también que cualquier forma excesiva de la acción del hombre en un ecosistema a semiárido es su padre.
Tales regiones semiáridas están muy extendidas en la Europa Mediterránea. Los ecosistemas semiáridos, requieren de toda su estación de lluvias para hacer posible la renovación del balance hídrico, indispensable para la regeneración de la cubierta vegetal y para fertilidad y estabilidad del suelo. Cuanto más tiempo este interrumpido este período de regeneración más graves serán los resultados:
La Europa Mediterránea se caracteriza por una tradición de cultivo muy antigua. Las áreas de cultivo se concentraban en las colinas y laderas de las montañas. Por otra parte, el cultivo de cereales requirió vastos desbroces y talas.
Además, las partes más escarpadas de los típicos relieves montañosos mediterráneos están expuestos a la erosión. Las abundantes rocas del Neógeno de los jovenes relieves, están poco consolidadas, por lo que son propensas a la erosión.
Este desbroce y cultivo de cereal, comenzó un proceso de degradación ecológico, el cual condujo a la desertificación de algunas regiones hace 2000 años.
Algunos de los resultados de la desertificación fueron reversibles en parte, tras varios cientos de años, uno de los grandes esfuerzos llevados a cabo fue el de la repoblación.
Los procesos más importantes desencadenados por la desertificación en los países semiáridos del Sur de Europa son:
El impedimento e incluso la destrucción de la capacidad de la cubierta vegetal para regenerarse causa alteraciones micro y mesoclimáticas.
Los antiguos desbroces extensivos de la tierra contribuyeron a un incremento de las riadas. Incrementaron el transporte de sedimentos, incluyendo gravas. Por otra parte, las acciones eólicas jugaron un papel menor, ya que la desecación del suelo es menos intensa que en las áreas mediterráneas del norte de Africa.
En los países del Sur de Europa, se pueden distinguir unas características generales comunes en el cambio ecológico.
Las posibilidades de cultivo sin empleo de técnicas especiales sobre las laderas, irán empeorando continuamente en el curso de la historia, mientras que mejorarán las posibilidades de aprovechamiento de las tierras en los valles. Sin embargo, al cultivar constantemente, el desbroce de los bosques, irá creando un incremento de los peligros de riada en las tierras bajas, de forma que, a las crecientes posibilidades de aprovechamiento de la tierra, no se le pudo sacar todo su provecho hasta después que se desarrollaran las medidas adecuadas del control del agua.
Incluso al comienzo de los tiempos históricos, los habitantes de las tierras mediterráneas llevaron a cabo medidas contra la erosión del suelo. Para ello, se hizo extensivo el uso de bancales y construcción de muros de tierra para proteger la cubierta del suelo.
En aquellos lugares donde se practicó el cultivo extensivo de la tierra, especialmente el cereal, se originó una desertificación gradual en forma de una erosión y degradación total del suelo.
El cultivo tuvo que ser abandonado en extensas áreas que después fueron convertidas en tierras de pastoreo, esto significa que tales áreas se pudieron recuperar ecológicamente con dificultad, y que en ninguna parte se pudiera desarrollar de nuevo un tronco de árbol sano. A lo sumo se daban formas de vegetación secundaria, y en las áreas secas se formó un tipo de estepa con plantas aeriformes degradadas.
Las medidas proyectadas para controlar el agua de escorrentía, son de suma importancia para combatir la desertificación. Estas medidas, se centran en la construcción de presas de tierra.
Prácticamente, en lo últimos 30 años se ha venido combatiendo la degradación ecológica a través de la repoblación forestal. En España se están repoblando especialmente las vertientes de los afluentes de la Cuenca del Ebro y grandes extensiones de Castilla.
Todas las medidas contra la degradación ecológica y la desertificación, deben tener en cuenta, sin embargo, el grado natural de aridez de las distintas regiones, y por consiguiente, diferirán de unos lugares a otros.
Los geólogos han afirmado que el declive de las áreas ampliamente cultivadas desde el Imperio Romano, se tiene que atribuir al cambio del clima. La cuestión de si esto fue por la caída de la temperatura o por la reducción de las precipitaciones permanece todavía sin resolver. Sin embargo, los cambios en el equilibrio hídrico y en los recursos de agua superfiales, dependen tanto de la vegetación como de la existencia de un bosque. Esto nos lleva de nuevo a considerar la deforestación desde la antigüedad y sus consecuencias.
Ejmplos de los países del mediterráneo occidental:
España comprende la parte más extensa de la zona árida mediterránea. Partes de la Cuenca del Ebro, Norte y Sur de la Meseta, así como la Cuenca del Guadalquivir son semiáridas, con cuatro meses secos. La costa sureste con seis a ocho meses secos es completamente árida.
El transporte acelerado de sedimentos a los valles y la formación de regueros por erosión de las rocas blandas, son fenómenos característicos. Ultimamente se han hecho intentos para rehabilitar parte de las tierras destruidas, por medio de un sistema de bancales y repoblación forestal abancalada. Esto se practica especialmente en torno a los márgenes de los embalses.
En Sicilia, áreas con menos de 600 mm. anuales de precipitación y seis meses secos, son propensas a la desertificación.
Las tierras en pendientes, están profundamente degradadas, la erosión del suelo de las laderas hacia los valles ha alcanzado un máximo. Sicilia es un buen ejemplo de la desertificación resultante de la actividad morfodinámica, incrementada por las lluvias torrenciales.
Las laderas degradadas deben permanecer inexplotadas por un tiempo considerable y ser recuperadas mediante la repoblación forestal, los problemas de la desertificación deben también ser contemplados en un contexto económico y social. Luchar contra ello requiere consideración a nivel político.
En Europa la desertificación solamente se extiende en los márgenes semiáridos de los países mediterráneos. En sus zonas húmedas y semihúmedas, se observa sólo localmente. Se podrían diferenciar distintos tipos de degradación ecológica.
Según el mapa de la UNCD (Conferencia sobre la desertificación en las Naciones Unidas, UNESCO-FAO 1977) en Europa, sólo una amplia parte de la Península Ibérica está clasificada como altamente propensa al riesgo de desertificación. Esto debería corregirse en vista de que todos los países con clima semiseco están en peligro.
En todos los países mediterráneos el proceso de degradación del suelo, es el resultado del cultivo de los relieves montañosos, históricamente muy antiguo.
En los países húmedos, las consecuencias de la degradación producida por la acción del hombre, son claramente distintas de aquellas producidas por los procesos de desertificación.
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